esperanza es lo último que se pierde.
Ayer hacía videochating con un grupo de amigas cuando se me ocurrió la primera respuesta posible a este ¿por qué ahora tendría que ser tan difícil? "Porque no tengo tiempo".
A modo aclaratorio, no soy tan moderna como para tener reuniones virtuales con mi grupo de amigas: cuatro de nosotras estábamos sentadas en carne y hueso en mi living, y era la quinta integrante quien participaba en la forma de imagen pixelada y voz distorsionada -gentilezas de mi laptop- desde Hawaii (lugar en el que vive hace algunos meses con su flamante esposo hawaiano). Sé que este paréntesis constituye todo un capítulo aparte, por no decir una novela entera y una película hollywoodense con final de puesta de sol en la playa, pero dejemos a las historias que parecen salidas de la ficción fuera de ella, que así están bárbaro, y sigamos con el punto de la cuestión, que es que mi amiga, que aún no tiene permiso para trabajar y hace casi medio año que se dedica a mirar el cielo, nadar, y reposar en la playa, ayer nos contaba que se ha reencontrado con la escritura después de muchos años... Precisamente de 10: ella también escribía en el secundario y ella también dejó de escribir al terminar. Ahora, relajada, tranquila, mientras comienza a delinear lo que será su nueva vida en una isla en medio del Pacífico, comenzó a escribir otra vez, mientras comentaba -con una calma expresión en su rostro bronceado- cómo tener tiempo libre es vital para esto, y que quería aprovechar ahora que contaba con esta oportunidad. Su comentario me hizo recordar la expresión cliché "me tomo un año sabático para escribir" y me hizo ver la verdad inherente a toda frase trillada: no basta con un taller una vez por semana, no basta con detener el trajín por un par de horas y sentarse frente a la computadora... el ánimo creativo es justamente eso, una sensación envolvente que acaricia las horas, no un bache gris en una agenda extenuante o una compulsión obsesiva por llenar una hoja por día en minutos robados al horario de oficina. Es una predisposición de la mente y del cuerpo, una apertura reflexiva y corporal que brota del solaz, del lento transcurrir, de la contemplación de la propia vida y lo que nos rodea.
¿Hay escritura fuera de ese estado? La hay a raudales. Escritura de la premura, de la angustia, del vértigo, de la catarsis desbocada, de la inspiración sorpresiva... pero son pequeñas erupciones literarias, crónicas seudoperiodísticas, esquelas garrapateadas, parrafitos sueltos. La Escritura con mayúscula no es una explosión creativa -como no lo es en definitiva ningún arte- sino que requiere de una alta dosis de artesanía, de amorosa labor, de paciente corrección, lectura y relectura, cuando no de planificación, de trazado de líneas y aristas que orientan y conducen la labor literaria. Dos horas por semana, una hoja por día, párrafos sueltos en sevilletas, posts catárticos, tweets famélicos no son Escritura. No son la escritura que estoy buscando, en todo caso.
Ayer hacía videochating con un grupo de amigas cuando se me ocurrió la primera respuesta posible a este ¿por qué ahora tendría que ser tan difícil? "Porque no tengo tiempo".
A modo aclaratorio, no soy tan moderna como para tener reuniones virtuales con mi grupo de amigas: cuatro de nosotras estábamos sentadas en carne y hueso en mi living, y era la quinta integrante quien participaba en la forma de imagen pixelada y voz distorsionada -gentilezas de mi laptop- desde Hawaii (lugar en el que vive hace algunos meses con su flamante esposo hawaiano). Sé que este paréntesis constituye todo un capítulo aparte, por no decir una novela entera y una película hollywoodense con final de puesta de sol en la playa, pero dejemos a las historias que parecen salidas de la ficción fuera de ella, que así están bárbaro, y sigamos con el punto de la cuestión, que es que mi amiga, que aún no tiene permiso para trabajar y hace casi medio año que se dedica a mirar el cielo, nadar, y reposar en la playa, ayer nos contaba que se ha reencontrado con la escritura después de muchos años... Precisamente de 10: ella también escribía en el secundario y ella también dejó de escribir al terminar. Ahora, relajada, tranquila, mientras comienza a delinear lo que será su nueva vida en una isla en medio del Pacífico, comenzó a escribir otra vez, mientras comentaba -con una calma expresión en su rostro bronceado- cómo tener tiempo libre es vital para esto, y que quería aprovechar ahora que contaba con esta oportunidad. Su comentario me hizo recordar la expresión cliché "me tomo un año sabático para escribir" y me hizo ver la verdad inherente a toda frase trillada: no basta con un taller una vez por semana, no basta con detener el trajín por un par de horas y sentarse frente a la computadora... el ánimo creativo es justamente eso, una sensación envolvente que acaricia las horas, no un bache gris en una agenda extenuante o una compulsión obsesiva por llenar una hoja por día en minutos robados al horario de oficina. Es una predisposición de la mente y del cuerpo, una apertura reflexiva y corporal que brota del solaz, del lento transcurrir, de la contemplación de la propia vida y lo que nos rodea.
¿Hay escritura fuera de ese estado? La hay a raudales. Escritura de la premura, de la angustia, del vértigo, de la catarsis desbocada, de la inspiración sorpresiva... pero son pequeñas erupciones literarias, crónicas seudoperiodísticas, esquelas garrapateadas, parrafitos sueltos. La Escritura con mayúscula no es una explosión creativa -como no lo es en definitiva ningún arte- sino que requiere de una alta dosis de artesanía, de amorosa labor, de paciente corrección, lectura y relectura, cuando no de planificación, de trazado de líneas y aristas que orientan y conducen la labor literaria. Dos horas por semana, una hoja por día, párrafos sueltos en sevilletas, posts catárticos, tweets famélicos no son Escritura. No son la escritura que estoy buscando, en todo caso.