Necesito que me abracen. Que me hablen. En medio de mi día laboral, siento la necesidad de sentirme CERCA. De qué, de quién? Es porque estoy sola en la oficina? Es porque no tengo con quién hablar acá, hablar de verdad? Es un hábito de escapismo oficinil? Qué me dice esta angustia?
Extraño. La voz amable, la voz amiga, la voz amada. La busco, la convoco, el contacto fraternal, por intermitente que sea. Busco vergonzosos laberintos web que generan la ilusión de que alguien me habla. Alguien me habla a mí. No resisto demasiado sin que alguien me hable A MÍ.
Y acá ni siquiera me dirigen la palabra. Cómo involucro esa necesidad en mi vida profesional? Sé que tampoco sirvo para el contacto excesivo con personas, me agota. Pero evidentemente este ostracismo, esta soledad, este permanente trabajo solitario, no me reconforta tampoco. Me deja vacía. No puedo nutrirme más que online. El bello y gratuito intercambio, el contacto de antenas entre dos transeúntes... no lo tengo aquí. Me cuesta dimensionar si me quejo de llena o lo mío es realmente triste. ¿Cuántas de nuestras interacciones con humanos se han virtualizado ya? ¿Cuántas quedan sin virtualizar?
Necesito generar más instancias de trabajo en equipo, de colaboración en grupo, algo que haga valer la pena el viaje, el llegar a la oficina, el estar aquí, rodeada de personas, aspecto que hoy no tiene relevancia alguna. Y sin embargo es. Pero lo dejo pasar. En su momento, cuando me trasladaron al noveno, padecí el desplazamiento, el corte del vínculo con todos. Pero pensé que me iba a ayudar a desvincularme porque estaba en plena búsqueda de laburo y me iba a venir bien. Con mi único compañero se generó lo más parecido a una amistad laboral que he tenido. Pero él ya se fue. Ahora que mi panorama es mucho más incierto, el cambio puede estar cerca como no, entonces pasar la mayor parte de mi día sin cultivar la sociabilidad ya no tiene un sentido, sólo me seca. Me debilita. Y me genera una ansiedad que quiero acallar con comida. No sé si tengo hambre en verdad.
Extraño. La voz amable, la voz amiga, la voz amada. La busco, la convoco, el contacto fraternal, por intermitente que sea. Busco vergonzosos laberintos web que generan la ilusión de que alguien me habla. Alguien me habla a mí. No resisto demasiado sin que alguien me hable A MÍ.
Y acá ni siquiera me dirigen la palabra. Cómo involucro esa necesidad en mi vida profesional? Sé que tampoco sirvo para el contacto excesivo con personas, me agota. Pero evidentemente este ostracismo, esta soledad, este permanente trabajo solitario, no me reconforta tampoco. Me deja vacía. No puedo nutrirme más que online. El bello y gratuito intercambio, el contacto de antenas entre dos transeúntes... no lo tengo aquí. Me cuesta dimensionar si me quejo de llena o lo mío es realmente triste. ¿Cuántas de nuestras interacciones con humanos se han virtualizado ya? ¿Cuántas quedan sin virtualizar?
Necesito generar más instancias de trabajo en equipo, de colaboración en grupo, algo que haga valer la pena el viaje, el llegar a la oficina, el estar aquí, rodeada de personas, aspecto que hoy no tiene relevancia alguna. Y sin embargo es. Pero lo dejo pasar. En su momento, cuando me trasladaron al noveno, padecí el desplazamiento, el corte del vínculo con todos. Pero pensé que me iba a ayudar a desvincularme porque estaba en plena búsqueda de laburo y me iba a venir bien. Con mi único compañero se generó lo más parecido a una amistad laboral que he tenido. Pero él ya se fue. Ahora que mi panorama es mucho más incierto, el cambio puede estar cerca como no, entonces pasar la mayor parte de mi día sin cultivar la sociabilidad ya no tiene un sentido, sólo me seca. Me debilita. Y me genera una ansiedad que quiero acallar con comida. No sé si tengo hambre en verdad.