A lo mejor exageré un poco en la página anterior buscando excusas para mi propia falta de escritura. Considerar que la escritura fragmentaria, aleatoria, breve o dispersa no es escritura en la era del microblogging me suena un poco arriesgado. No sabemos ya bien qué es la escritura ni para donde va, en caso de que vaya para algún lado. No importa. Justamente lo que quería decir hoy es que otro de mis problemas a la hora de sentarme a escribir es esperar el arrebato de inspiración o la idea genial para dar comienzo a la tarea, cuando en verdad la gracia está en dejar fluir frente al teclado, ver qué pasa, y después irle dando forma, si hace falta. Quizás las nuevas formas de escritura hasta me ahorren el tedioso paso de la revisión y corrección, el fin de la artesanía, en resumen. La explosión del flujo de conciencia, del aforismo, de la ocurrencia. Las pequeñas crónicas del asombro, la dicha o el espanto. Todo eso tiene potencial, tiene suficiente envión como para llegar hasta la otra orilla. La pequeña narración de historias tendrá vida mientras viva el lenguaje y el hombre como hoy creemos conocerlo. Toda nuestra existencia podría traducirse en la narración de pequeñas y desarticuladas historias.
Igual, los cuentos son como piedritas sobre el arroyo y a mí me gusta más sumergirme en el agua. Dar brazadas pesadas en sustancia densa, sumergirme a veces un rato, chapotear desde los bordes de las piletas. Intentar burdamente una especie de acrobacia o contorsionismo de las palabras, llevarlas al extremo de transformarlas un segundo en otra cosa. Creo que en esa maleabilidad reside su mayor belleza.
Por eso me indignó tanto ver el estúpido video del director de la academia de letras en la argentina. Un tipo al que no le da verguenza seguir hablando -hoy!- de la decadencia y simplificación del lenguaje en manos de los jóvenes. Hay gente que no se da cuenta que su discurso es la décima generación de discos rayados. Pero bueno, supongo que se encarnizan con los cementerios, quieren el idioma muerto y la lengua no hace más que sacarles la ídem. En sus narices. Por eso será que hay que ser viejo para ocupar esos vetustos sillones del poder.
Ya no soy tan joven igual, lo sé. Ya hay otra generación inventando palabras para denominar cosas que desconozco o que intuyo apenas. No importa. Mientras no se me solidifiquen las articulaciones voy a estar bien.
"In a seachange nothing is safe / Strange waves / push us every way / In a stolen boat we'll float away"
Igual, los cuentos son como piedritas sobre el arroyo y a mí me gusta más sumergirme en el agua. Dar brazadas pesadas en sustancia densa, sumergirme a veces un rato, chapotear desde los bordes de las piletas. Intentar burdamente una especie de acrobacia o contorsionismo de las palabras, llevarlas al extremo de transformarlas un segundo en otra cosa. Creo que en esa maleabilidad reside su mayor belleza.
Por eso me indignó tanto ver el estúpido video del director de la academia de letras en la argentina. Un tipo al que no le da verguenza seguir hablando -hoy!- de la decadencia y simplificación del lenguaje en manos de los jóvenes. Hay gente que no se da cuenta que su discurso es la décima generación de discos rayados. Pero bueno, supongo que se encarnizan con los cementerios, quieren el idioma muerto y la lengua no hace más que sacarles la ídem. En sus narices. Por eso será que hay que ser viejo para ocupar esos vetustos sillones del poder.
Ya no soy tan joven igual, lo sé. Ya hay otra generación inventando palabras para denominar cosas que desconozco o que intuyo apenas. No importa. Mientras no se me solidifiquen las articulaciones voy a estar bien.
"In a seachange nothing is safe / Strange waves / push us every way / In a stolen boat we'll float away"